¿Cuánto cuesta la felicidad? ¿Y el amor? Hablemos de la paz, ¿se podría siquiera vender? ¿Y la belleza? ¿Cómo le pones precio a la belleza?
Preguntas interesantes, aunque quizá demasiado filosóficas. De cualquier forma, todas ellas pueden surgir en nuestra mente a la hora de apreciar una obra de arte. ¿Pagar cientos de miles de dólares por una pintura? ¿Qué tal 450 millones? Pues exactamente en eso se vendió el pasado 15 de noviembre la pintura más cara de la historia.
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Salvator Mundi es una pintura ampliamente atribuida a Leonardo da Vinci, quien no sólo es uno de los artistas más notables de la historia, sino el hombre renacentista por excelencia. Hablar de su obra es hablar de la obra humana: fue arquitecto, pintor, escultor, científico, pensador, inventor, físico, paleontólogo, músico y poeta. Y, aunque Salvator Mundi, “Salvador del mundo”, no es ni su obra más reconocida ni la mejor lograda ni la más representativa, sí es la más cara, y la única en manos de un particular. Al final del día, no se pagó por la pintura, se pagó por el nombre.
Desde que la Galería Nacional de Londres expuso esta pintura en el 2010, los coleccionistas, comerciantes y subastadores olieron la oportunidad a kilómetros de distancia. La pintura se subastó en Christie’s, y el comprador fue un Príncipe Saudí para el recién abierto museo Louvre de Abu Dhabi.
A pesar de ser un hombre prolífico, de da Vinci sólo se conocen unas 20 pinturas. Como tal, cuando se anunció que Salvator Mundi era un autógrafo del genio italiano, el mundo del arte enloqueció. Pero ¿realmente se confirmó la autoría?
La respuesta es un sí y un no al mismo tiempo. La mayoría de los expertos en el renacimiento confirman que Leonardo da Vinci la pintó, pero no es una opinión unánime. De hecho, durante muchos años se consideró que Salvator Mundi era producto de una copia realizada por uno de los discípulos de da Vinci. Los detractores de la pintura tienen puntos interesantes.
Por ejemplo, Walter Isacson, biógrafo estadounidense, argumenta que la pintura tiene errores científicos importantes. Leonardo estaba obsesionado con la óptica, la rama de la física que estudia la luz y su comportamiento, sobre todo sobre a través de espejos y cristales. Por ello, es digno hacer notar que el orbe de cristal que sostiene Cristo en la imagen no se comporta como lo haría en la realidad. Las imágenes que se ven a través de una esfera traslúcida se invierten, por lo que los pliegues del manto que porta el retratado deberían de invertirse. ¿Un error del genio obsesionado con los espejos? Es difícil. ¿Una licencia artística? Probablemente. ¿Quizá una muestra de cómo nada es imposible para el Mesías? Quizá. Pero este es un argumento muy fuerte para quienes consideran esta obra apócrifa.
Los que piensan que es una pintura auténtica, creen encontrar la respuesta a la incógnita en las manos del Cristo retratado. Primero, recordemos que hay dos hipótesis: o la pintura es de Leonardo da Vinci, o es una copia realizada por alguno de sus aprendices, o incluso de una segunda generación. Pensando en eso, rastros de pintura en la mano del retratado parecen descartar la segunda posibilidad.
Al hacer un estudio especializado de la pintura, se descubrió que el autor de la misma hizo un cambio en la posición del pulgar. Rastros de pintura, un intento por borrar la marca original, y otros indicadores parecen apuntar a un cambio de composición. Esto no tendría sentido alguno si la pintura fuese una copia, tendría más sentido pensar en el autor que decide cambiar el resultado final de su pintura.
Sea como sea, esta pintura ahora ocupa el honroso puesto de la pintura más cara de la historia. Los debates de sobre si es o no es original seguirán durante mucho tiempo. Pensemos que hay otras pinturas de Leonardo cuya autoría sólo se le adjudica. Virgen del clavel, por ejemplo, o la famosísima Dama del armiño, cuya autoría se discute desde 1889.
Entonces, volvemos a la pregunta inicial. ¿Cómo le pones precio a la belleza? ¿Cómo le pones precio a la paz, a la seguridad? Al adquirir esta pintura, el comprador desconocido no sólo pagó por la belleza de un cuadro. Pagó por el misterio que le rodea, pagó por el nombre de ese gran personaje que se esconde tras ella, pagó por la historia apasionante que la rodea, pagó por algo mucho más valioso que un lienzo con pintura. Las buenas compras no consisten en el objeto que se adquiere, sino en la inversión inmaterial que viene consigo.
Los conocedores de arte como Jorge M. Pérez —gran empresario, mecenas, y uno de los grandes aliados de Inmobilia— lo saben. El nombre de Pérez no sólo está escrito en los grandes libros de desarrollos inmobiliarios contemporáneos, sino en el Museo de Arte Jorge M. Pérez, de Miami por su incansable mecenazgo. Recientemente, adquirió una reproducción en cubos Lego de una de las obras más famosas del artista chino Ai Weiwei, mostrando un interés en los detalles, en la sociedad, en el arte y demostrándolo después en sus grandes proyectos y planes, como Harbour Beach, un desarrollo impecable by Piero Lissoni junto con U-Calli e Inmobilia, donde el diseño, el lujo y el arte son uno solo.